viernes, 17 de julio de 2015

Insignificante

Supongo que desde el mismo instante en que Gagarin emprendió su viaje al espacio, ese lugar totalmente desconocido hasta entonces para la humanidad, y se anunció que la misión tuvo éxito, la sociedad cambió su concepto de “lo posible”. Nos dimos cuenta de que podemos alcanzar las estrellas. Pero fue sólo eso, una ampliación de concepto, un cambio de idea. Muy pocos se atreven a decir que lo posible es exactamente lo mismo que lo alcanzable. Un niño apasionado de los viajes espaciales o la astronomía, te puede decir, sin dudarlo ni un momento, que su mayor sueño es ser astronauta. Pero cuando crecemos, nos cuesta más hablar así. Nos hemos dado cuenta de que no podemos vivir de los sueños. Así, comenzamos a distinguir entre sueños y objetivos, entre aquello que nos haría ser la persona más feliz del mundo y aquello que nos haría ser lo más cercano a la persona más feliz del mundo. Nos gustaría conseguirlo todo, pero debemos conformarnos con mucho menos. Pero eso no significa que soñar sea una locura. A veces deberíamos recordar que los sueños forman parte de la naturaleza humana. Tener y perseguir el sueño de viajar al espacio no hace que uno sea un crío. Y la motivación para hacerlo va mucho más allá de lo que algunos piensan; ésta alcanza un carácter personal, adquiriendo una fuerza inimaginable. Viajar al espacio supone llegar al límite último alcanzable físicamente por un humano; supone tener la oportunidad de saber lo que se siente al poder cubrir el mundo con la palma de la mano; y supone tener la oportunidad de sentir que, de verdad, podemos llegar más allá de lo que siempre hemos pensado, escapar por un momento de un lugar que, a ojos del universo en su conjunto, es insignificante.

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